La historia de este espacio, donde prima el deseo de extender una mano a quienes más lo necesitan, comenzó en 1996: “cuando estuvo la baja del petróleo y cayeron muchos contratos en Catriel. Yo estaba encargada de seis talleres mecánicos; despidieron a mis compañeros y yo tomé la decisión de retirarme junto con ellos”, contó.
No conforme con ello, decidió destinar el dinero de la indemnización y presentar un proyecto para ayudar a las familias que más lo necesitaban.
“Comencé en un barrio de la ciudad, de la noche a la mañana. Salí a buscar mesas y sillas y con mi mamá, mi hija, dos sobrinas y tres personas más, y arrancamos dándole de comer a 25 familias. Luego llegamos a 100 y más tarde más de 300 viandas”, recordó.
Desde ese entonces, y pese a las dificultades, no se detuvieron más.
“Recibimos mucha ayuda. También, a través del Ministerio de Desarrollo Humano y Articulación Solidaria, la Provincia nos envió dinero para la compra de elementos de cocina. El INTA nos capacitó mucho, nos facilitó semillas para sembrar y desde el municipio local nos cedieron una vivienda en el vivero para poder trabajar”, indicó Santos.
En la actualidad, la pandemia no ha detenido a este maravilloso equipo de rionegrinos: “seguimos trabajando con todas las medidas en el comedor: desde barbijos, cofias, un metro y medio de distancia éntrelas personas y tener todo limpio”.
Quienes deseen colaborar con el comedor pueden acercar sus donaciones, no solo de alimentos, sino de juguetes para los niños que concurren, a San José 650 - Vivero Municipal-. También pueden comunicarse por Facebook, a su página: Comedor Sueño y Esperanza.